Las luces de colores adornan ya todo el centro de Zaragoza. Los músicos callejeros se empeñan en crear un ambiente cálido pese a la frialdad que nos apesadumbra estos días. Los belenes y los árboles de Navidad se encuentran por doquier. Los niños, y los no tan niños, pasean ilusionados por la calle. La televisión ha sido invadida por un batallón de anuncios de juguetes. En los supermercados se ha coronado el turrón, el polvorón, el mazapán y todos sus sucedáneos. Llegan las comidas y cenas de empresa en donde los compañeros de curro aparentan una fingida armonía. Las familias se obcecan en gastar más de lo que pueden para, poco más tarde, llorar a la hora de subir la cuesta de enero. Se dispara la vena consumista y los grandes almacenes hacen su agosto en pleno invierno. Las familias se unen para comer y cenar alrededor de mesas en donde las gambas cobran protagonismo. Las borracheras de champán y sus respectivas resacas se instalan en alguno de nosotros intermitentemente... Seguimos emperrados en hacer de las Navidades la época más feliz del año, pero ¿no se dan cuenta que de que todo es un engaño? Vuelvan a mirar a su alrededor: a la mayoría de nosotros no nos tocará la lotería por lo que seguiremos viviendo en la misma casa, con los mismos gastos, con las mismas alegrías y las mismas penas que quince días antes. Entonces, ¿por qué se es más feliz en Navidad? O ¿por qué hay que serlo? ¿Será por qué se celebra el nacimiento de Jesús? No, que va! Si no fuese por el portal de Belén que decora nuestras casas pocos se acordarían del por qué de la fiesta. Pues que Dios o quien sea me perdone, pero yo este año le voy a dar un espaldarazo a la Navidad. Ustedes pasen unas Felices Fiestas...y no se atraganten con ninguna reunión.
domingo, 16 de diciembre de 2007
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